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10/22/2012

Recuerdos del Grupo Variotinto

 

No se trata de hacer un exhaustivo relato de la historia como grupo, nada más lejos de mi intención, pero si considero oportuno y apetecible, al menos para mí,  volver la vista atrás y recorrer brevemente de forma somera aunque intensa, nuestras vivencias en estas dos últimas décadas, que se dice pronto.


Cómo tanto, pudo pasar tan rápido. Así es amigos. Hemos compartido tantas experiencias  a lo largo de este tiempo  que parece que nos perdemos en una maraña de sensaciones, emociones y recuerdos. En primer término, la fotografía, la naturaleza, el paisaje, el no menos importante paisanaje, el aire, el sol y también la lluvia, la libertad,  aunque muchas veces, a parcelada en dosis de sábados, que siempre se nos atojaban breves.



En nuestras salidas iniciales participaban un montón de amigos y amigas, algunos incluso  acompañados de sus hijos, hoy ya hombres, de ahí el primer nombre  con el que de forma desenfadada nos bautizamos, “Grupo Variotinto”. Nos centrábamos más en realizar itinerarios que en  la práctica de la fotografía, aunque poco a poco nos íbamos decantando por esa actividad.



Los sábados de campo siempre empezaban con un desayuno generoso en una venta.  Las más frecuentadas fueron El Frenazo, con nuestros amigos Quico y Jesús, La Cantina en Castellar, Andrés siempre nos ofrecía  esa maravillosa  variedad de panes y esa fuente de “pringá” para untar, El Zocato donde además nos llevábamos siempre nuestro cupón de la ONCE,  que por cierto nunca nos tocó y algo más alejada, la de Puerto Gali con José Francisco y Carlos siempre dispuestos a contarnos  interesantes historias.

 Mesa larga, formada con la unión de varias pequeñas, cafés, en mi caso menta poleo, tostadas con aceite o manteca colorá, copita de anís y tertulia. A nadie se le podía ocurrir mirar la televisión. Eso no era para la ocasión.

Y los temas surgían. Opiniones, puntos de vistas y discrepancias se iban exponiendo siempre sin perder de vista el sentido del humor. Las risas eran continuas y el tiempo volaba.

Alguien tenía que dar la voz de alarma.

_ ¡¡¡ Quillo !!! … Que son las … ¡¡¡ Vámonos ya!!!

Y entonces, deprisa y corriendo subíamos a los coches para trasladarnos al lugar fijado. Con mejor o peor indumentaria adaptada al senderismo, íbamos provistos de mochilas, de guías de campo, prismáticos y la mayoría, con una cámara fotográfica.



Ahí empezó el trasiego de la adquisición de réflex digitales  y de sus correspondientes objetivos. Todos aprendíamos de todos, hoy lo llamaríamos aprendizaje  cooperativo. El papel de iniciático lo desempeñó Manolo Roca que por cierto, siempre se pasaba en prodigar excesivos cuidados a su equipo.

¿Cómo estás tirando?

―En P

―No, tira mejor en A

―¿Y a cuánto de diafragma?

―Ponle f4,5

―¿A cuántos isos?

―A 200

―Yo no puedo, me da una velocidad de 15 y no me traído el trípode.

Alfonso, de fondo, con sus prismáticos, despreocupado del dominio técnico de las nuevas máquinas, probablemente era el que más disfrutaba ya que únicamente observaba, sin preocuparse de ninguna otra cuestión. Cuando nos veía enfrascados en la tarea,  reía y nos decía a voz en grito

  ¡ponerlas a mil por hora!  Que seguro que os  sale bien…

Eran casi los comienzos de la era digital. Pasar de las analógicas de toda la vida a estas máquinas, nos parecía algo increíble. De pensárselo mucho antes de disparar y gastar una foto o una diapositiva – todavía más cara-  a disparar todo lo que se apeteciera, que en esa tarjeta Compas Flash cabían un montón, había un enorme  abismo. Disparábamos como si no hubiera un mañana.

Esto también tenía su lado negativo. Luego en casa, había que perder un montón de tiempo borrando y borrando las fotos que, o estaban súper  repetidas o eran una auténtica birria. Cuando nos daba mucha pena borrar alguna, la indultábamos calificándolas como “foto testimonial”. Que más o menos quería decir, eso que se ve ahí, es un… y había que explicarlo.

Durante mucho tiempo fuimos especialistas en huidas. Traseros y más traseros,  sobre todo de pájaros. Siempre los pillábamos escapando de nuestra presencia. Todavía no habíamos descubierto los hades y pensábamos que andando, charlando y riendo, los animales iban a posar para nosotros. Que ingenuos.


Recuerdo un intento de fotografiar la berrea en Castellar que fue bastante gracioso. Nos levantamos de madrugada para estar en el campo antes de que amaneciera. Aquel día éramos un grupo numeroso. Con bastante sigilo nos acercamos a donde se oían los bramidos de los ciervos. Era aún de noche. Sin duda estaban muy cerca. Pero todo no iba a salir bien. Una alambrada nos cortaba el paso. Había que saltarla. Yo nunca me he distinguido por disponer de esas habilidades físicas. Lo que para todos es fácil, para mí  en muchas ocasiones es casi un imposible. Todos mis amigos lo saben y siempre están prestos a echarme una mano para superar las contingencias.

Levanté la pierna derecha y como era previsible me enganché. Trabajo me costó soltarme y volver a la posición inicial. El amigo Antonio me regañó con cierta sorna y con predisposición de docente me dijo que lo observara a él y aprendiera como había que hacerlo.

Todos los compañeros estaban pendientes de la escena. Antonio, sin dilación, sabiéndose observado y deseoso  de hacer una auténtica exhibición, se dispuso a superar la alambrada   con tan mala fortuna que se enganchó y se cayó de bruces al suelo haciendo un ruido tremendo. Se dio lo que aquí conocemos como un “zaleazo” de campeonato.

Y ahí acabó la jornada de berrea. Entre el ruido de la caída y las carcajadas de todos los expedicionarios, los animales echaron a correr como alma que les lleva el diablo, que para ellos no es “cuestión baladí”, se juegan literalmente la vida.

 También intentamos fotografiar plantas. Las plantas no volaban ni corrían así que pensamos  sería  más fácil. Nos hicimos con objetivos macro y nos lanzamos a la tarea.  Sin embargo no contemplamos un factor muy determinante para llevar a buen término nuestro objetivo, el viento. Ese viento que a más pequeña que sea la flor, más provoca su movimiento. Aquellas cámaras no daban las prestaciones de las de hoy en día, por lo que nos resultaba tremendamente difícil hacer una foto, llamémosle aceptable.

Entonces agudizamos  el ingenio. Además del trípode, que entonces no existían los de carbono ni cosa por el estilo, eran pesadísimos y enormes, nos pertrechamos de cartones para rodear a la planta a fotografiar o incluso cargamos con esos protectores metálicos que se utilizan para preservar el fuego de los campin gas… No dimos con la tecla. Lo único fácil de fotografiar con el macro eran las setas. Esas no se movían.



En esto de la afición por las plantas tuvo mucho que ver nuestro amigo Juan Antonio, de sobrenombre "El Catedrático” quien nos ilustraba con su extenso conocimiento sobre la flora de nuestros campos.

Esas bolitas rojas que veis en ese arbusto es el majoleto. También se le llama majuelo o espino blanco. Tiene muchas propiedades medicinales, sobre todo es bueno para el corazón

Y cogía una y se la comía.

Así iba todo el camino. Me encantaba oírlo y aprender de sus comentarios.

Es importante conocer la flora y la fauna de los lugares que visitamos ya que eso nos permite entender y valorar  el lugar donde nos encontramos.



Siempre recuerdo un ejemplo magnifico que Cristina, entonces responsable de Huerta Grande, les contó a mis alumnos del Pablo Picasso.

El campo es como un libro. Si tú no sabes leer, pasas las páginas viendo solamente letras que no tienen sentido alguno. Seguro que verás todas las páginas iguales y te aburrirás. En el campo pasa igual. Si no conoces los árboles, las plantas, los animales… todo te parecerá igual y también te aburrirás. Pero al igual que si sabes leer disfrutarás con un buen libro, conforme vayas aprendiendo más sobre la naturaleza, más disfrutarás en el campo

Volviendo al grupo, tengo que decir que además del disfrute de la naturaleza y la fotografía, nos lo pasábamos fenomenal. Formamos un grupo “variopinto” pero muy confortable, donde todos nos sentíamos a gusto.

Camisetas identificativas, actividades abiertas a otros amigos y familiares, almuerzos de confraternidad,  celebración de  fines de temporada… Intercambios de correos electrónicos –entonces no existía el wpasap- con fotos montaje humorísticos  y textos referidos a las actividades que realizábamos…  Todo ello generaba un dinamismo que nos daba pie para establecer unas relaciones  inmejorables.







No puedo cerrar este capítulo sin mencionar a un compañero tristemente desaparecido a pesar de su juventud. José Antonio Nadales, “Chico” para todos los que le queríamos. Amigo entrañable lleno de vitalidad y buen humor, dispuesto siempre a ayudar y aportar su ingenio en cada actividad. Aquí lo tenemos riéndose como era su estado habitual. Jamás lo olvidaremos.

 


Pero…. el tiempo, siempre inexorable,  fue pasando y el grupo poco a poco  fue disgregándose. Unos por cuestiones familiares, otros por preferir el caminar de manera más rápida y no tan lenta como provocábamos los fotógrafos, alguno por abandonar la afición fotográfica…  sea por lo que fuese, nos fuimos quedando los que después pasaríamos a ser el Colectivo Brezo.

Pero eso es otra historia que ya contaremos en otro momento.